La verdad sea dicha: a las leyes físicas de este universo, ¡no les importa a-b-s-o-l-u-t-a-m-e-n-t-e nada que los seres humanos gocen de salud!
Con
su prosa del siglo XIX, el gran Leopardi escribió una
pequeña joya en este sentido: il Dialogo della Natura e di un Islandese. ¿Fruto del "pessimismo
leopardiano"?
Más bien muy realista, diría yo.
Un
pobre islandés viaja por todo el mundo, rehuyendo los males de la
naturaleza: el caldo tórrido, el frío intenso, las bestias
salvajes, las riadas, los terremotos, las erupciones volcánicas, los
mismos seres humanos. Vamos, lo que busca es la felicidad, o por lo
menos, una cierta tranquilidad existencial. Finamente, en uno de sus viajes, se da de
bruces con la Naturaleza misma, en forma de una gigantesca mujer. Aunque el encuentro no le agrade lo mas mínimo, decide aprovechar la ocasión para razonar con ella e intentar comprender el porqué de tanto sufrimiento en el mundo. Sin embargo, nada hay que explicar, y nada hay que
entender. Dice la Naturaleza:
"¿Imaginabas
tu, quizás, que el mundo hubiera sido hecho por vuestra causa? Que
sepas que en (todo lo que he venido haciendo) siempre tuve y tengo
otra intención que la felicidad de los hombres, o su infelicidad.
Cuando os ofendo de cualquier forma y con cual sea medio, yo no me
entero, sino en muy contadas ocasiones: así como, normalmente, si
yo os agrado o beneficio, no lo sé; y no he hecho, al contrario de lo
que vosotros creéis, esas tales cosas, o no hago determinadas
acciones, para deleitaros o beneficiaros. Y por último, aunque (lo
que haga) llevara a la extinción de toda vuestra especie, yo no me
enteraría."
¿Y
como acaba la historia? Incapaz de hacerse una razón de las injusticias que le Naturaleza reservaba a sus "hijos", el
Islandés siguió discutiendo, intentando comprender. Hasta que llegaron dos leones
demacrados y muy, muy hambrientos, y se lo comieron, consiguiendo así
subsistir unos días mas. ¡Qué tampoco lo estaban pasando muy bien
que se diga!
Nos
encontramos en esta vida por pura casualidad, y al mundo que nos
hospeda no le importamos lo más mínimo.
¿Porqué será, entonces, que nos obstinamos a comportarnos como si fuera lo contrario? ¿Cómo si realmente la raza humana fuera - nunca mejor dicho - el ombligo del mundo?
Los seres humanos son a este planeta lo que las garrapatas son a los perros: ni más, ni menos que unos parásitos. Y, a veces, el perro se sacude, y se saca de encima unos cuantos de esos bichos malos.
Sin embargo, vamos a movernos un pasito más adelante: a la Naturaleza le dará igual que existamos o no, pero lo cierto es que sí existimos. Y ya que existimos, será mejor intentar hacerlo de la manera más justa y sencilla, más liviana para todo el conjunto de los que aquí nos hospedamos (criaturas animadas o no).
El hombre será el ser más desarrollado del mundo conocido (no, en realidad, el ser más desarrollado del mundo conocido es la mujer... ¡ja, ja!), pero otro gallo cantaría si tomáramos conciencia de que tenemos el mismo derecho a vivir en este planeta que una hormiga o, sí señor, una garrapata.
¿Quién soy yo para creerme que todo esto que me rodea - y que vamos paulatinamente estropeando a un ritmo insostenible - está a mi completa disposición? ¿Quién soy yo para tomar (gastar, desperdiciar, ensuciar, contaminar...) a mi antojo, sin pensar en las consecuencias?
Solo una garrapatita más...
¿Porqué será, entonces, que nos obstinamos a comportarnos como si fuera lo contrario? ¿Cómo si realmente la raza humana fuera - nunca mejor dicho - el ombligo del mundo?
Los seres humanos son a este planeta lo que las garrapatas son a los perros: ni más, ni menos que unos parásitos. Y, a veces, el perro se sacude, y se saca de encima unos cuantos de esos bichos malos.
Sin embargo, vamos a movernos un pasito más adelante: a la Naturaleza le dará igual que existamos o no, pero lo cierto es que sí existimos. Y ya que existimos, será mejor intentar hacerlo de la manera más justa y sencilla, más liviana para todo el conjunto de los que aquí nos hospedamos (criaturas animadas o no).
El hombre será el ser más desarrollado del mundo conocido (no, en realidad, el ser más desarrollado del mundo conocido es la mujer... ¡ja, ja!), pero otro gallo cantaría si tomáramos conciencia de que tenemos el mismo derecho a vivir en este planeta que una hormiga o, sí señor, una garrapata.
¿Quién soy yo para creerme que todo esto que me rodea - y que vamos paulatinamente estropeando a un ritmo insostenible - está a mi completa disposición? ¿Quién soy yo para tomar (gastar, desperdiciar, ensuciar, contaminar...) a mi antojo, sin pensar en las consecuencias?
Solo una garrapatita más...
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